jueves, 20 de octubre de 2011

hoy

Llevaban justo un decenio matando cuando yo nací. En mi primerísima infancia, aunque eso lo supe veinte años después, el periódico apenas les daba espacio. Luego, a la edad en la que todo impresiona, se hicieron oír mucho, mucho más alto. Y ya en mi vida adulta, intentaron engañarnos varias veces.

Hoy, a la hora a la que han tenido a bien contarnos lo que esperábamos desde hace semanas, yo estaba charlando en el bar –ahí me enteré–, y enseguida pensé en mis hijos, algo que solo entenderán los padres.

Pero en este momento, con la noche sobria del octubre altiplano acariciando los geranios, mejor dejo la palabra a los que de verdad saben del tema.

miércoles, 19 de octubre de 2011

en la tele

Aunque lo genuinamente mío es el karaoke, yo nunca diré que no a una cámara. Y menos a Televisa, que mi madre no me levantó temprano en el verano del 86 a ver los últimos capítulos de Los ricos también lloran para nada: ese logotipo, tan setentero, impone mucho.

Así que ahí voy yo, entrando por la puerta de los camerinos como si fuera Verónica Castro, dejándome colocar un rizo con espuma, un flequillito con laca, un maquillaje sencillo porque así soy yo. Y dejándome pasar el cable del micrófono entre la ropa como si fuera lo único que hago en la vida. Y, claro, saludando a todos los presentadores como los amigos que son. En la tele, yo me siento como en casa. Luego están los focos, los regidores, el estudio en ebullición, la mismísima cámara enfrente, queriéndome. Una borrachera de vanidad.

Y sí. Porque al día siguiente me veo... y me entran ganas de tocar al piano la Patética de Beethoven. Y de volver a mis letrillas, que al menos puedo pensar dos veces. Esa sonrisita boba que se les pone a los tertulianos complacientes. Qué error más idiota llamar narcotraficante a un camello. Para qué te sirve esa tarjetita con la preparación minuciosa del tema. ¡No hablaste de la copla y los boleros! ¿Pero tú no estabas delgada?

Yo me veo en la tele, en fin, y me hago la misma pregunta que cuando despierto con resaca: hija, ¿por qué llevas las debilidades hasta este límite, con lo inteligente que tú eres?

domingo, 16 de octubre de 2011

conquistas



Esta pintura mural, magníficamente conservada gracias al origen mineral de los colores, es una de las que se pueden ver en Cacaxtla. Según los expertos, representa a guerreros de la cultura olmeca-xicallanca, habitantes del lugar, venciendo a guerreros mayas, reconocibles por su cráneo deformado estilo caracono. Lo que se observa en la parte inferior derecha son tripas y sangre. Presumiblemente, los vencidos están a punto de ser sacrificados.

Unos kilómetros al oriente está Tlaxcala, ciudad maldita según las clases de historia posrevolucionarias por ser la que surtió con más soldados el ejército conquistador de la Gran Tenochtitlan. Los tlaxcaltecas nunca habían sido dominados por los aztecas, algo que supo aprovechar bien el zorro (con perdón) diplomático de Hernán Cortés.

En días así, mis obsesiones se conectan –cosas que rozan el mal–, miento a los muertos de la historiomitología mexicana y pienso que sí, que los castellanos que llegaron a la Nueva España mataron indiscriminadamente como se mata en las guerras (y exponencialmente por enfermedades que importaron sin ser conscientes de semejante arma bacteriológica), que usaban poco el agua, que eran tan salvajes que nunca aprendieron a pronunciar Cuauhnáhuac. Pero carajo, qué habría sido de México sin nuestra ancestral sentimentalidad...

miércoles, 12 de octubre de 2011

oscuridad

Yo amamanto y me entra una especie de oscuridad. Hacia las tres de la mañana, pasillo arriba pasillo abajo con un bebé que aún no distingue el día de la noche, pensaba que la corta existencia de mis hijos ha estado marcada por la muerte. Mi padre y Félix. Como si yo no supiera que la vida no es más que eso, un conejo con pilas alcalinas pero imprevisibles, el hado de los nacimientos se ha encargado bien de recordármelo.

Sus muelas, un millón de veces.

viernes, 7 de octubre de 2011

jueves, 6 de octubre de 2011

diez años (y III)

Pero yo hablaba de mi pensamiento adulto. Por supuesto en algún lugar de la adolescencia estuvo Camus, y eso ya cuenta como un doble seis en cualquier partida de la vida, pero confieso que aún tardé un rato en bajar el póster del Che Guevara de la pared del cuarto (en mi descargo diré que siempre compartió espacio con Paul Newman y Lo que el viento se llevó y que peor es lo de Cayuela, al que todavía se le oye tararear "yo pisaré las calles nuevamente"). Habrá gente a la que la tontería se le quitara de golpe, como a Saulo de Tarso el descreimiento, e incluso gente que naciera sin tontería, pero yo no sabría ubicar ningún punto en concreto de mi camino a Damasco. En líneas generales, empezaría en Sorela, seguiría en los mexicanos lúcidos y acabaría en Espada, de tal suerte que al llegar a los pensadores temerarios, ya tenía yo los deberes muy hechos. El hilo, ya lo notan, es el de marras.

Grandes momentos de placer, en todos los sentidos, me ha dado Letras Libres estos diez años, pero si me dieran a elegir tres, indelebles por razones muy distintas entre sí, serían este, este y este.

Y todo esto, solo para decir que me molesta (mucho) no estar en Madrid estos días, que es donde había que estar. ¡Siendo octubre como es!

En fin, al menos sí estuve en el décimo aniversario de la edición mexicana. Ese día de enero, la fiesta acabó en casa y casi se nos va de las manos. A la gente le dio por invitar a amigos de los amigos de sus amigos, echamos a un señor respetable que empezó pidiendo drogas y acabó acosando a todas las mujeres, alguien estrelló la tele contra el suelo y el equipo de música dijo basta ya. Pero esa sí que es otra historia.

miércoles, 5 de octubre de 2011

diez años (II)

Me recibió un señor muy serio de barba tupida rubia oscura y ojos verde olivo inmensos que miraban de frente. Esa mirada, esto lo saben muy bien sus fans, es difícil de encontrar en otro sitio. (Y no se llamen a engaño, que yo a esa edad no me fijaba en hombres casados.) Al cabo de los años me diría que ya entonces le gustaron mis pantalones rojos, pero en verdad creo que no me hizo mucho caso: inmediatamente me presentó a Julio Patán, con el que trataría a partir de entonces.

Hoy Julio es una estrella y no impone tanto, pero entonces había que verme: sentada frente a ese mexicano alto e inteligentísimo, cuidando de no soltar alguna tontería y joder el invento. El invento era que les gustó lo que hice, y durante ese año me encargaron un par de cosas más. Pero yo ya tenía la cabeza en otra parte. Todavía no sé por qué, pero esa es otra historia.

Cuando fui a despedirme de Julio, Cayuela hizo una excepción y salió de su despacho. Me dijo medio de guasa que qué pena que me fuera, ahora que iba a empezar a darme más trabajo. Entonces no me voy, le contesté. "Vete, niña, vete y aprende, y luego vuelves".

Al volver, verdaderamente como el tango, me acerqué a saludar a Julio por no dejar (ya sabía yo que a esas alturas la gente se disputaba el espacio), y antes de marcharse de España definitivamente, todavía me encargó una letrilla, que tardó en publicarse como diez meses. No me extrañó.

Esa vez no vi a Cayuela. Y no lo volvería a ver hasta mucho tiempo después, de pura casualidad, cuando aquel novio mío ya no existía, nuestras vidas eran muy distintas y yo, claro, un poco más lista.

(Elipsis. Punto y coma)


y hasta la fecha.

martes, 4 de octubre de 2011

diez años (I)



En realidad equivoqué esa respuesta en el Pandemonium sobre el libro que me cambió la vida. Porque la verdadera lectura que la cambió en toda su dimensión, que moldeó mi pensamiento adulto y me llevó adonde estoy hoy, física, emocional e intelectualmente, fue sin duda Letras Libres.

Pedro Sorela, que había dejado de ser mi profesor en la facultad para convertirse en un gran amigo, me dijo un día de otoño: "Hay una nueva revista que te va a interesar. La hacen unos mexicanos entre tu edad y la mía con un grado de sofisticación que no conocemos aquí. Porque los mexicanos todavía están en la modernidad, no en la posmodernidad como nosotros... Uno de ellos es bisnieto de Lluís Companys, ¡bisnieto de Lluís Companys!" (Con eso quería decir algo así como "España que perdimos no nos pierdas", pero yo era muy joven todavía para entenderlo). Así que ahí voy a comprarla, porque yo siempre hice caso a los maestros. Un cubo de Rubik sangrante en la portada: fanatismos de la identidad. (Mientras cerraban ese primer número, planeado como es lógico desde hacía tiempo, se caían las Torres Gemelas: el pulso a la realidad, medido como un reloj).

Cautivada desde el principio, le hablaba a todo el mundo de la revista, pero me miraban regular. "Pero si ni siquiera colaboras en ella. ¿Te dan comisión por venderla?" Lo mío era muy raro, sí: iba al único kiosko donde la vendían en Aranjuez y la llevaba bajo el brazo con una especie de orgullo. Y no, no era nada mío, pero me parecía un objeto precioso: ese diseño, esos ensayos largos que se demoraban en los matices, esos nombres que hasta entonces no me decían nada y que de repente se volvían imprescindibles (Gabriel Zaid, Roger Bartra, Enrique Krauze, Juan Villoro...)

Pasó el invierno. Llamó Pedro en marzo: que Ricardo Cayuela necesitaba a alguien que le hiciera entrevistas, reportajes, talacha periodística, en fin, que las firmas no hacían. "Me ha pedido que le recomiende a mis mejores alumnos y pienso que tú eres la mejor. No te digo que no me defraudes porque sé que no me defraudarás" (Pedro, en aquellos tiempos inciertos de la primera juventud, tenía el poder mágico de levantarte la moral hasta el ático de un rascacielos; otra cosa era la realidad).

Cayuela tardó como un mes en reportarse, mientras yo estaba en mi lugar favorito del planeta con un novio que ya no existe. Me emplazaba a una entrevista la siguiente semana. Los saltos que di cuando colgué, y eso que no era nada seguro... Madre mía, qué tonta era yo entonces.