martes, 2 de octubre de 2012

Fallaci en el 2 de octubre


Foto: AP

[...] Era en la que llaman Plaza de las Tres Culturas porque reúne simbólicamente las tres culturas de México: la azteca con las ruinas de una pirámide azteca, la española con una iglesia del siglo XVI y la moderna con modernos rascacielos. Una inmensa plaza, ya sabes, con muchas calles de acceso y muchas de salida: no por azar los estudiantes la eligieron como punto de reunión contra Herodes. Los estudiantes, los obreros, los maestros de escuela, en suma, cualquiera que tuviera el valor de protestar contra Herodes, que en México se llama Partido Revolucionario Institucional y dice ser socialista, pero no se comprende qué clase de socialismo, desde el punto y hora que los pobres en México figuran entre los más pobres del mundo: en el campo ganan ochocientas liras a la semana y si protestan la policía los hace callar a tiros. Los estudiantes también protestaban por eso. Y, además, porque no querían que los soldados ocupasen su universidad vivaqueando en sus aulas y rompiendo su instrumental. Y además porque no querían las Olimpiadas en México. Decían que las malditas Olimpiadas cuestan millones de millones y que es una vergüenza gastarlos en las Olimpiadas cuando el pueblo se muere de hambre. Has de saber que los estudiantes en México son como los estudiantes italianos, franceses, ingleses, norteamericanos. No tienen el fuera de serie, ni camisas de encaje, sobre todo en el Politécnico son hijos de campesinos, de obreros, y acaso obreros a su vez. Pero volvamos a la plaza. Era rectangular. Por una parte, este rectángulo estaba limitado por un paso elevado; por la otra terminaba en una escalinata cuyos peldaños ascendían hacia un gran edificio llamado Chihuahua. Por tanto, el Chihuahua lo dominaba todo y desde él se veía la iglesia española con las ruinas aztecas a la izquierda y los rascacielos a la derecha, el paso elevado al fondo y la escalinata debajo. Cada piso del Chihuahua tenía un balcón de una longitud de diez metros y una anchura de cinco, con una balaustrada de casi un metro y un vano de cerca de tres: las medidas resultan indispensables para comprender cómo nos dispararon desde el helicóptero. Se llegaba a los balcones por las escaleras de la derecha y por las de la izquierda, o bien por los ascensores cuyas puertas se abrían sobre la pared larga; las puertas de los apartamentos se abrían, en cambio, en las paredes estrechas, ¿me explico? Eran balcones muy cómodos, amplios, con cabida para cincuenta personas y para arengar a la multitud resultaban perfectos.
Los jefes de los estudiantes elegían siempre el del tercer piso. Con permiso de los inquilinos colocaban en la baranda los micrófonos y las banderas, y allí decían los discursos. Yo lo había visto ya en un mitin de cuatro días antes, celebrado para conmemorar a los muertos de julio y de finales de septiembre, un mitin que me puso un nudo en la garganta: llovía, era oscuro, y los muchachos estaban inmóviles bajo la lluvia, en la oscuridad; luego dejó de llover y alguien encendió una cerilla, y otra y otra aún, y un encendedor, y otro, y otro más, hasta que la plaza se convirtió en un titilar de llamitas, llamitas y llamitas, desde la escalinata hasta el paso elevado, y luego alguien tuvo la idea de enrollar un periódico y hacer una antorcha, y entonces todos se pusieron a enrollar periódicos y hacer antorchas, y el mitin transcurrió en un cortejo de antorchas, en una larga fila de luces que se alejaban en un coro:
- ¡Goya, goya, cachún, cachún, rarrá, cachún, cachún, rarrá! ¡Goya, goya! ¡Universidad!
Y en otro coro:
- ¡Huélum, huélum, gloria! ¡A la cachi, cachi porra, a la cachi, cachi porra! ¡Pim, pom, porra, pim, pom, porra! ¡Politécnico, Politécnico, gloria!
Yo les pregunté qué quería decir, y ellos me dijeron: "No quiere decir nada, son nuestras canciones, son canciones de niños". Porque en el fondo aquellos estudiantes, aquellos terribles estudiantes que ponían en peligro las Olimpiadas y el prestigio del gobierno mexicano, eran niños. A mí, en efecto, me habían gustado porque eran niños con el entusiasmo de los niños y la pureza de los niños y la superficialidad de los niños, e hice amistad con ellos ...

(Oriana Fallaci, Nada y así sea)